Crónica sobre el conflicto genético (s.XXI- mediados XXII)
El problema surgió donde muchos otros del siglo pasado nacieron, en el laboratorio. El proceso era muy simple: se analiza una célula de cada embrión y se implantan en la madre los únicos que no tengan problemas. Esto nos tentaba con la maravillosa utopía de un mundo sin enfermedades de herencia genética, sin problemas predispuestos por tu ADN, sin malformaciones. Pero, como siempre, el dinero se metió de por medio, ya que, si podemos hacer bebés más sanos, ¿porqué no más guapos y fuertes?
Está claro que todo el mundo quiere tener un hijo perfecto, y por primera vez en la Historia se podía pagar por ello, así que todos aquellos que tenían dinero acudieron en masa a los primeros centros donde se aceptaban esos encargos, hasta que se convirtió en el negocio más rentable que pudiera haber. Cuanto más dinero tuvieras, más podrías predeterminar en tu futuro hijo.
Aparentemente (para los científicos), esto sólo supondría que muchas mamás repelentes consiguieran el bebé rubicón y bochecho que siempre habían querido, y todos contentos. Las organizaciones a favor de la gestación natural, por mucho que pusieran el grito al cielo, no consiguieron mermar sus fuerzas, por su imagen de retrógradas.
Pero llegó un momento en el que el mundo estaba plagado de esa gente físicamente perfecta. Así, se distinguía perfectamente quién provenía de una familia pudiente y quién no. Llegó a ser tal la distancia entre los “modificados” y no “modificados” que la sociedad se dividió. Si un “modificado” se cruzaba con un “natural”, se cambiaba a la otra acera. Los colegios solo albergaban a niños de un tipo. Y las empresas, obviamente, los preferían por sus cualidades (nunca pedían baja por enfermedad, la imagen empresarial era más estética, etc.), por ello te pedían tu tipo de gestación en el currículo... La sociedad se estaba estratificando, y ya no parecía haber solución.
Las “castas inferiores”, aquellos que eran de gestación natural, tardaron algún tiempo en revolverse. Reclamaban su derecho a no ser perfectos, y empezaron a manifestarse. Los organismos gubernamentales pactaron entonces la tasa empresarial y escolar de “naturales”. Pero eso sólo conseguía más diferenciación, ya que de la convivencia surgían choques y protestas.
Se pusieron las primeras bombas en centros de modificación genética prenatal, surgieron los primeros asesinatos sin sentido. Se podía mascar la tensión en el ambiente…
Pero en medio de esta vorágine ocurrió algo insospechado. Las chicas perfectas ya no tenían gracia, las había a millones. Pero si había un colmillo algo torcido o unos ojos oscuros en vez de azules como el resto, eso las convertía en “exóticas”. También el cine nos trajo iconos valorados por su imperfección, personajes masculinos algo desgarbados, con mucho moflete, o con un pelo “fuera de catálogo”, etc.
En este momento, se empezó a poner de moda la “modificación sana”, aquella que sólo afectaba a la salud. Las mamás repelentes ahora querían un “bebé sorpresa” (no porque les apareciera en el vientre a lo inmaculada concepción), aquel que no se sabe cómo será hasta que se asome de la madriguera.
Es así como se consiguió una harmonía entre lo natural y lo modificado, y la sociedad cada vez que niveló más, hasta que hoy, a mediados del siglo XXII, se puede decir que por fin hemos erradicado ese racismo. El objetivo se centra ahora en conseguir que la siguiente generación vea como negativa la mentalidad que propició esta separación, para que no resurja ese mal.
Si queréis enteraros más del tema, pinchad aquí . Además, aquellos que hayáis visto la película Gattaca, encontraréis un tufillo bastante reconocible en el relato. Qué decir, ya todo está inventado. Aunque intento creer (por mi propia supervivencia) que no…
Y por favor, recordad que sólo planteo una situación para que se reflexione sobre lo que se está haciendo ahora, no porque crea que el mundo vaya a explotar por ello. Así que discúlpenme si he sido muy apocalíptica.
Está claro que todo el mundo quiere tener un hijo perfecto, y por primera vez en la Historia se podía pagar por ello, así que todos aquellos que tenían dinero acudieron en masa a los primeros centros donde se aceptaban esos encargos, hasta que se convirtió en el negocio más rentable que pudiera haber. Cuanto más dinero tuvieras, más podrías predeterminar en tu futuro hijo.
Aparentemente (para los científicos), esto sólo supondría que muchas mamás repelentes consiguieran el bebé rubicón y bochecho que siempre habían querido, y todos contentos. Las organizaciones a favor de la gestación natural, por mucho que pusieran el grito al cielo, no consiguieron mermar sus fuerzas, por su imagen de retrógradas.
Pero llegó un momento en el que el mundo estaba plagado de esa gente físicamente perfecta. Así, se distinguía perfectamente quién provenía de una familia pudiente y quién no. Llegó a ser tal la distancia entre los “modificados” y no “modificados” que la sociedad se dividió. Si un “modificado” se cruzaba con un “natural”, se cambiaba a la otra acera. Los colegios solo albergaban a niños de un tipo. Y las empresas, obviamente, los preferían por sus cualidades (nunca pedían baja por enfermedad, la imagen empresarial era más estética, etc.), por ello te pedían tu tipo de gestación en el currículo... La sociedad se estaba estratificando, y ya no parecía haber solución.
Las “castas inferiores”, aquellos que eran de gestación natural, tardaron algún tiempo en revolverse. Reclamaban su derecho a no ser perfectos, y empezaron a manifestarse. Los organismos gubernamentales pactaron entonces la tasa empresarial y escolar de “naturales”. Pero eso sólo conseguía más diferenciación, ya que de la convivencia surgían choques y protestas.
Se pusieron las primeras bombas en centros de modificación genética prenatal, surgieron los primeros asesinatos sin sentido. Se podía mascar la tensión en el ambiente…
Pero en medio de esta vorágine ocurrió algo insospechado. Las chicas perfectas ya no tenían gracia, las había a millones. Pero si había un colmillo algo torcido o unos ojos oscuros en vez de azules como el resto, eso las convertía en “exóticas”. También el cine nos trajo iconos valorados por su imperfección, personajes masculinos algo desgarbados, con mucho moflete, o con un pelo “fuera de catálogo”, etc.
En este momento, se empezó a poner de moda la “modificación sana”, aquella que sólo afectaba a la salud. Las mamás repelentes ahora querían un “bebé sorpresa” (no porque les apareciera en el vientre a lo inmaculada concepción), aquel que no se sabe cómo será hasta que se asome de la madriguera.
Es así como se consiguió una harmonía entre lo natural y lo modificado, y la sociedad cada vez que niveló más, hasta que hoy, a mediados del siglo XXII, se puede decir que por fin hemos erradicado ese racismo. El objetivo se centra ahora en conseguir que la siguiente generación vea como negativa la mentalidad que propició esta separación, para que no resurja ese mal.
Si queréis enteraros más del tema, pinchad aquí . Además, aquellos que hayáis visto la película Gattaca, encontraréis un tufillo bastante reconocible en el relato. Qué decir, ya todo está inventado. Aunque intento creer (por mi propia supervivencia) que no…
Y por favor, recordad que sólo planteo una situación para que se reflexione sobre lo que se está haciendo ahora, no porque crea que el mundo vaya a explotar por ello. Así que discúlpenme si he sido muy apocalíptica.
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